Cuenta un mito que hace muchos, muchos años atrás los seres humanos éramos muy distintos de lo que somos hoy. Había tres seres diferentes. Unos, eran dos hombres pegados espalda con espalda, los llamaban los niños del sol. En similar forma y unión estaban las muchachas que eran las niñas de la tierra y por último, existían los seres andróginos, llamados así porque reunía lo femenino y masculino, eran los descendientes de la luna.
            Todos ellos tenían formas redondas, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías. Cuando deseaban caminar ligero, se apoyaban sucesivamente sobre sus ocho miembros, y avanzaban con rapidez mediante un movimiento espiralado, circular.
             Los cuerpos eran robustos y vigorosos, y por esto un día concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y combatir con los dioses. Pero esta arrogancia provocó la ira de Zeus. Esta impertinencia no podía ser perdonada por los Dioses. El castigo fue separarlos en dos utilizando los rayos de este Dios cómo tijeras. Zeus agarró unas saetas, sonrió y dijo: “Yo dispararé justo en el medio, voy a cortarlos a la mitad”. Y dichas estas palabras las nubes comenzaron a acumularse convirtiéndose en una gran tormenta cargada de bolas de fuego. Zeus disparó del cielo sus saetas como hojas brillantes de un cuchillo que rasgaron, a través de la carne de los niños del sol, de la tierra y la luna. En seguida mandó a Apolo que curase las heridas. Nos cosieron dejando un agujero en el ombligo para que recordáramos el precio que pagamos.
           Hecha esta división, cada mitad hacia unos esfuerzos enormes para encontrar su otra mitad de la que había sido separada, pero justo ahí y sin piedad Zeus ordenó a Eolo, el Dios de los vientos que sople fuerte, que sople lo más fuerte que pueda para que todos los heridos se dispernsen y se pierdan los unos de los otros, convirtiéndonos así, en seres incompletos y condenándonos a anhelar siempre la unión de nuestra otra mitad perdida. Una búsqueda sin tiempo, sin espacio, una búsqueda cósmica.
           De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; el nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades.                                                                http://moiraluna.blogspot.com/

Sé que estas ahí, en alguna parte, esperándome, llamándome en silencio por las noches, echandome de menos aunque no me conozcas, tanto como yo a ti.
Y algún dia te encontraré, y nos tendremos el uno a otro, y no tendremos que llorar mas por estar incompletos, y nos miraremos a los ojos y nos susurraremos la falta que nos haciamos, lo vacio y frío que estaba el mundo cuando el otro no estaba, y lo luminoso que es ahora.
Por tí, amado desconocido, voy a recojer los trozos de mi corazon en forma de torre cuando se derrumben y los voy a poner otra vez en su lugar. Una y otra vez, sin cesar.
Vén...te estoy esperando desde mi torre eternamente reconstruida.

2 comentarios:

  1. Oh cariño, hacía tiempo que no recordaba el mito (L)

    ResponderEliminar
  2. es hermoso, ¿no crees? (L) :)
    y, por más que sea un mito, es demasiado cierto :/

    ResponderEliminar